Varios días dedique a otras tareas, olvidando
el acantilado, las ruinas, su lejanía y el recuerdo del dolor atemperaron mi curiosidad.
Decantaba lentamente durante las mareas, entre las piedras dejándome en poder
absoluto de algunos peces evasivos y uno o dos caracoles azules, de formas
estrelladas, de dulce sabor, los cuales debía atrapar antes de que se
enterraran profundos con sus afilados garfios. El alimento me permitió destinar
las horas de la tarde a pintar con arcillas ocres la entrada de la cueva. Mis
huellas en la húmeda arena. Mis ojos y lo que ellos veían para mí. Dibuje peces
poderosos y monstruos con tentáculos, desparramé el azul por todos lados. Ancho
era el mar frente a mí. Dejé un lugar limpio para dibujar el acantilado y las
ruinas. Intuía un misterio allí arriba, tanto o más que los caracoles azules. Por
las tardes solo miraba todas esas ventanas que bebían eternamente la espuma del
mar.
El Elevador de Aguas de Gordejuela (Tenerife,
España), una antigua estación de bombeo hidráulica en ruinas que se divisa
desde la mansión de los Castro hacia el este y desde otras muchas zonas de este
paraje natural. Esta industria fue construida en 1903 por la casa Hamilton. Se
trata de una obra que marcó un hito en su tiempo por lo complicado de la
orografía del terreno y por haberse instalado en su interior la primera máquina
de vapor de la isla de Tenerife. Su objetivo era utilizar las aguas que nacen
en Gordejuela para dar fuerza motriz a un molino harinero, y elevarlas hasta
las zonas de cultivo del plátano en el valle de la Orotava.